Libro del frío

 

Libro del frío
Poesia , 1992
SIRUELA

Obra que se presenta como un viaje: comienza con la descripción de un territorio (Geórgicas), señala luego la necesidad de partir (El vigilante de la nieve), se detiene en el miedo (Aún), busca amparo en la piedad del amor (Pavana impura) y alcanza el descanso (Sábado), la víspera de una desaparición que puede ser muerte blanca o principio de la serenidad.

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Antonio Gamoneda se aproxima a los últimos bordes de la experiencia, allí donde la comprensión no alcanza, y la hace transitable, la puebla con alas de gavilán, robles musicales, frutos negros. El lector que entra en este paisaje no necesita descifrar cada símbolo como si fuera un número. Los enigmas de la poesía de Gamoneda son, por el contrario, los que ponen nombre a la realidad interiorizada del lector, cubriéndola de verdad y de conocimiento. Libro del frío se presenta como un viaje: comienza con la descripción de un territorio (Geórgicas), señala luego la necesidad de partir (El vigilante de la nieve), se detiene en el medio (Aún), busca amparo en la piedad del amor (Pavana impura) y alcanza el descanso (Sábado), la víspera de una desaparición que puede ser muerte blanca o principio de la serenidad. Frío de límites, los veinte poemas que se incorporan a Libro del frío, representa una ampliación del espacio que, en el libro, se abre a la contemplación de la inexistencia. Es la reunión de los últimos símbolos ante la luz de la desaparición.

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Por Rafael Narbona

En nueva edición del Libro del frío añadió veinte poemas, que componen la sección titulada «Frío de límites». La adición no modifica la perspectiva general de la obra.
Gamoneda percibe la proximidad del dolor y la belleza, una contigüidad que ya estaba presente en sus libros más tempranos. Ese dramatismo se manifiesta en una adjetivación donde prevalece el «negro», lo «cárdeno», lo «amarillo». La percepción del tiempo aparece acompañada del miedo. Ese temor explica la proliferación de «palomas negras», «ropa fúnebre», «pétalos negros», «púrpura desolada», «vasos llenos de sombra». La angustia provocada por el acercamiento progresivo a la muerte (Gamoneda alude continuamente a la vejez) no excluye la felicidad. El poema transmuta el dolor en placer estético, pero eso no elimina nuestra incertidumbre. Gamoneda, que no es ajeno al lenguaje religioso, considera que Dios sólo es una «máscara antigua» y el hombre no tiene otro interlocutor que la «desnudez de la existencia». La vida es «una pasión vacía» y el poeta sólo es «el cantor de las heridas». La ira que despierta nuestra finitud se convierte en dulzura ante la experiencia del amor: «mi sueño vive debajo de tus párpados». Sin embargo, el cuerpo del otro no remedia nuestra contingencia: «llora entre mis piernas, / come la miel sin esperanza». Los poemas de «Frío de límites» redundan en la misma perspectiva. Ya al inicio, Gamoneda nos recuerda que «no hay esperanza». La «pasión es sorda» y está contaminada por la misma finitud que afecta al hombre. Sólo perdura la inexistencia, el vacío. Gamoneda se aproxima a los planteamientos del último Valente, donde se esboza una teología de la nada. Al final, la memoria será derrotada por el olvido. La trascendencia del noser explica la seducción que ejerce «la pureza de la copa vacía». Ni siquiera el amor puede contrarrestar la devastación: «Hay humedad en la ceniza que amas».

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