El pensamiento poético

– A diferencia de otros poetas de su generación, Antonio Gamoneda transmite en cada uno de sus libros -incluso en cada uno de sus textos- la sensación de seguir indagando sobre la realidad a través del lenguaje poético. Todo parece indicar que, de momento, su obra sigue creciendo.

-Considero natural y deseable que, al referirse a coetáneos, a los míos en este caso, se pueda decir “a diferencia de”. Con esa consideración, significamos que la poesía debe observarse de manera personalizada. Los rasgos comunes, dado que la poesía es (Sartre dixit) “irremediablemente subjetiva”, no deben servir para hacer “paquetes” con los poetas. Mal servicio hace la crítica que se deja tomar por tales inclinaciones. Vivimos en el mismo tiempo, en la misma lengua, en el mismo planeta. Nada más, que no es poco. El resto es sub- jetividad. No digo que no puedan darse rasgos comunes, pero, que estos rasgos sean el carácter dominante, sucede, simplemente, porque el epigonismo y el gregarismo son asuntos fáciles. Así que, de acuerdo: “a diferencia de otros poetas”; de otros poetas que, naturalmente, pueden ser admirables.

Pero su pregunta es doble, puede que triple. Menciona, como presunta actitud mía, la de una indagación aplicada a la realidad. Si por indagación se entiende propósito apriorístico y trabajo metódico orientados a conocimiento, no, yo no hago indagación ni investigación. Pero, si se me acepta que el lenguaje poético no es un lenguaje informativo ni representativo, sino un lengua- je de creación y revelación, puedo decir que sí, que yo busco una realidad. Pero ¡cuidado! Yo me muevo hacia una realidad que quizá no existía antes de ser nombrada (creada) por el poeta, o que existía pero era una realidad desconocida, oculta, que se manifiesta en un acto de revelación. En ambos casos (que, en rigor, vienen a ser el mismo), el conocimiento no se da en la descripción, la referencia, la imitación o la ornamentación de la realidad, sino en un hallazgo lingüístico que le confiere existencia intelectual y materialidad verbal. La poesía no necesita, dentro de la tradición que nos toca vivir, consistir en un “como si”, en una verosimilitud. No lo necesita porque ella misma, la poesía, -verosímil o inverosímil, da iguales por sí misma y en sí misma una realidad.

Y sí, hay un tercer miembro en su cuestión. Mi escritura (no me gusta decir “mi obra”) sigue creciendo… moderadamente. La poesía se corresponde mejor con la juventud. Alguna zona del mapa cerebral, encargada de hallar la palabra creadora o de revelación, envejece, al parecer, antes que otras. Algo sé de esto pero es largo de explicar. Decía Claudio Rodríguez que los poetas, como los yogures, tienen fecha de caducidad. Yo, que quizás he “ahorrado” algo en pasados años de silencio, tengo encargado a no menos de tres personas (jóvenes y solventes en el orden crítico, por descontado) que me avisen en cuanto adviertan que empiezo a “patinar”.

– El ritmo es esencial en sus poemas, pero en sus libros últimos aparece de un modo diferente, a menudo emboscado en la prosa.

-Sí, el ritmo (un componente musical, por cierto, y viene esto a cuento de que yo repito hasta la fatiga que el pensamiento poético -insisto: el pensamiento- es música en su origen), el ritmo es casi todo (léase a ese gran con- temporáneo que es Aristóteles), y yo acepto gustosamente eso de que, en mi caso, “aparece emboscado en la prosa”. Y aún añado más: he llegado a una situación en la que, cuando escribo con voluntad poética, en cada instante de la escritura no sé bien ni me importa si estoy en el verso o en la prosa. Sí me importa, contrariamente, sentir que estoy en la rítmica. Esto significa que yo creo muy poco en la división tradicional y académica de los géneros literarios. Además (lo digo con total seriedad) yo pienso que la poesía no es literatura. Pondré un ejemplo para mejor explicarme: Galdós es un gran literato; San Juan de la Cruz no es un literato. Podríamos seguir. La literatura, en sus casos nobles, comporta una referencia a la vida y es también una grandiosa conquista estética, pero la poesía es autoreferencia y, también en sus casos nobles, es, lo diré, la emanación de la vida. Añado, y termino, que la poesía puede manifestarse en cualquiera de esos géneros en los que yo tengo tan poca fe.

– Usted ha escrito: “La poesía existe porque existe la muerte”.

-No exactamente eso aunque sí algo muy parecido. Lo que he dicho es que “la poesía existe porque sabemos que vamos a morir”. Me explicaré con toda la brevedad que pueda. La poesía, incluso técnicamente, es un arte de la memoria; la memoria es, siempre, conciencia de pérdida (tenemos memoria de lo que ya no es, de lo pasado, de lo que ya no está con nosotros); simultáneamente, tenemos también conciencia, queramos o no, de que avanzamos hacia la muerte. En ese caso, nos guste o no nos guste, la poesía es el relato de cómo avanzamos hacia la muerte. Y esta afirmación vale lo mismo para la poesía “placentera”; podemos ir hacia la muerte gozosamente, olvidándola en una falsa trivialización, pero, de una manera u otra, vamos hacia la muerte y lo decimos. Añadiré, por lo que a mí concierne, que yo amo mucho la vida.

“Los hombres mueren y no son felices”, decía Albert Camus.

-Camus dice verdad, aunque puedan existir pequeñas “felicidades” transi- torias. Sólo añadiré que, en la disparatada hipótesis de que no hubiera muerte, tampoco seríamos felices: la infelicidad sería eterna.

– Su libro Blues castellano se abre con una cita de Simone Weil: “La des- gracia de los otros entró en mi carne”. En su poesía hay una gran com- pasión hacia el ser humano, pero poca esperanza.

-Sigue siendo válida, en mi conciencia, la cita de Simone Weil. En el Blues, en un poema del Blues, se dice: “Me dispuse / a una fraternidad sin esperanza”. Sigo en ella.

– Para usted, la vida en la provincia, su residencia en una ciudad como León, más que una condena, se diría que ha sido algo benéfico.

-Es verdad que yo me he esforzado por evitar la vida -y la “movida”- madrileñas. No tengo interés en “ponerme a la cola” para recibir una ración mayor de notoriedad, un premio o una crítica favorable. Puedo comprender que esto interese a muchos (yo, si viene ello solo, no le hago ascos), pero en la provincia, en la que, por descontado, no hay tampoco una vida idílica, puedo preservar todavía algún silencio. En todo caso (repito también esto con frecuencia) la pasión más fuerte de un escritor de creación se da en la reunión de un hombre solo, un papel en blanco y silencio. En León me he librado también -no del todo, claro- de los halagos y las puñaladas frecuentes en el mercadillo de la vida literaria. En León tengo -y me tienen- los amigos necesarios y no otros. Sí, yo he elegido la provincia.

– Se acaba de celebrar en Bilbao un congreso sobre Blas de Otero. Creo que usted le conoció en León.

-Conocí a Blas de Otero hace más de cincuenta años. Andaba por España con Agustín Ibarrola (lo hemos recordado juntos no hace mucho) y con otro pintor cuyo nombre se me escapa. En León estuvieron bastantes días. Hay un anecdotario largo que no viene a cuento. Sí debo decir que, sin que estorbasen los quince años que me llevaba ni el hecho de que Blas fuera un mito para el casi adolescente que todavía yo era, su interés y sus manifestaciones sobre mi escritura fueron para mí muy estimulantes. Blas era un hombre extraño y afectuoso. Su actitud leonesa me pareció la de alguien que se da unas “vacaciones” en una vida cercada por el sufrimiento. Su poesía, esto lo tengo claro, influyó seriamente en lo que yo hacía en aquel entonces.

– ¿Cree que la poesía en castellano atraviesa un buen momento?

-No. Existe una poesía (a veces una poesía sólo pretendida) que, por decir- lo de alguna manera, ha sido “oficializada”. Se trata de la cotidianidad, de la claridad informativa y de cosas así. Yo creo que esas necesidades están ahora mismo sobradamente cubiertas -incluso, a veces, con carga estética- por potentes instrumentos mediáticos. Si la poesía no puede hacer otra cosa que la que estos hacen, la poesía sobra. La poesía que rehuye la tradición iniciada hace quinientos años, más o menos, tradición que consiste en crear un lenguaje positivamente alejado del establecido por el poder, es una poesía reaccionaria, ligada al pensamiento débil y vinculada también, consciente o inconsciente- mente, a las conveniencias actuales de los neoliberalismos. Con esas conveniencias armoniza lo que antes dije, lo establecido, la significación no cuestionada, la palabra que no altera y apenas significa (me cuesta trabajo acudir al tópico) fuera de lo “políticamente correcto”.

A la injusticia establecida, por ejemplo, no se combate con el ingenuo realismo de los viejos (y yo entre ellos) poetas sociales, y tampoco con los minirealismos del momento, sino con la subversión lingüística. El que quiera entender, que entienda.

– El poeta, ante todo, ¿debe hacerse preguntas?

-El poeta, lo parezca o no, está siempre interrogando al lenguaje. “Este saber no sabiendo”, que decía Juan de la Cruz, es una potencia interrogativa. Mucho más abajo, yo mismo, puedo decir con total sinceridad que no sé lo que pienso hasta que no me lo dicen mis propias palabras. Esto supone que yo me interrogo a mí mismo en las palabras.

Por José Fdez. de la Sota

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