UN SILENCIO DE HORMIGAS, UN FRENESÍ DE ESPARTO
II
Un silencio de hormigas, un frenesí de esparto. Ah corazón clamando ante los almacenes. Ya no hay sábados; bajas a las iglesias, a los departamentos de la muerte y ves la luz de la infelicidad; yaces y las serpientes pasan sobre las murias derruidas.
Veo la juventud ciega en los atrios, la grasa negra de las negaciones. Fulge tu lengua entre sarmientos, tu palabra sobre los mástiles. Mas la pureza no se extiende, no diluye en las aguas el acero, no deshabita las comisarías. Ah corazón clamando por una tierra sin olvido, por un país donde los pájaros se suicidan al amanecer (como aquel camarada entre la pobreza y el relámpago), viejo tenaz ante las rastrojeras, viejo que aún lloras sobre llagas fértiles: dame tu látigo y tus lágrimas, no me abandones todavía.
Agonizabas sobre los espejos y no arrancaste de tu rostro el rostro de tu madre. No te pierdas aún, préstame algo, dame tu incendio, tu piedad estéril, tus zapatos, tus hernias, tus alondras, el huracán de tu melancolía y el gran aviso de tu dedo negro, para que no muera más de mala muerte la criatura del dolor: España.