El cuerpo de los símbolos

 

El cuerpo de los símbolos
Ensayo, 1997,
Huerga Y Fierro Editores

Por Rodolfo Mata, En Periódico de la Poesía

Cuando Ernesto Lumbreras me invitó a participar en la presentación de El cuerpo de los símbolos, escritos sobre poesía de Antonio Gamoneda, reeditados por Editorial Calamus en nuestro país, recordé que hacía un par de años me había obsequiado la antología poética Atravesando olvido (1947-2002) del mismo autor, publicada por Editorial Aldus. El momento de sacar a esta última de la siempre interminable y traicionera fila de los libros por leer había llegado. Me pareció que la feliz coincidencia de emprender la lectura de esta “antología personal” levantaría preguntas que muy probablemente encontrarían respuestas en los escritos de corte testimonial o reflexivo que integran El cuerpo de los símbolos. Trataré de hacer un contrapunto entre ambas lecturas. Desde luego, pondré énfasis en el libro que aquí nos ocupa, pero es imposible hablar de un libro sobre poesía sin hacer referencia a la propia poesía.

Mi primera impresión de la poesía de Antonio Gamoneda fue la del dominio de las formas que aparece en sus primeros libros. De La tierra y los labios (1947-1952) y de Sublevación inmóvil (1953-1959), el autor ofrece poemas medidos, sonetos y silvas en los que trata del dolor humano, la presencia o la ausencia de Dios, la muerte y la belleza.

Eduardo Milán observa, en el prólogo a esta antología, que Gamoneda logra, en un libro posterior, Descripción de la mentira (1975-1976), “la forma poética sin voluntad de dominio”, y el propio Gamoneda, en un pasaje de una conversación incluida en ese mismo volumen, reproducida con variantes en El cuerpo de los símbolos, comenta, a propósito de la evolución de su escritura: “Un día dije algo, quizás vanidoso, pero te lo repetiré ahora: ‘Hasta un determinado momento, yo podía usar con mucho virtuosismo las palabras; a partir de un punto, empecé a ser dueño de las palabras’”. Vanidoso o no, lo cierto es que ese “virtuosismo” se percibe en los poemas antologados de estos dos primeros libros. Su transformación en “dominio” —la que lo hace “dueño de las palabras”— es más que una jactanciosa posesión, una conciencia aguda de la intimidad que alcanza con las palabras y la manera en que es capaz de proyectarla para que llegue a sus lectores. En realidad, la “forma poética sin voluntad de dominio”, que menciona Milán, corresponde, como él mismo lo aclara, a un mayor énfasis en “la libertad de la poesía que en el control del poema”, o, para ponerlo en palabras de Gamoneda, a un cambio del virtuosismo de la forma por el dominio de la poesía en sentido más amplio. Esto se relaciona con la convicción que da título al volumen: El cuerpo de los símbolos nos dice, vale la pena subrayarlo, que los símbolos tienen un cuerpo. El poeta es muy cuidadoso y por ello afirma: “Los títulos de los libros no son una cinta con la que se ata un paquete de escritura. El título, de la misma manera que a una estatua griega no se le puede poner un bisoñé, tampoco puede ser un adorno; ha de ser parte de esa escultura que es el texto” (p. 130).

En la breve presentación del libro, Gamoneda explica que no lo concibió de una manera unitaria sino que es fruto de la reunión de textos de diversa procedencia: artículos y conferencias, publicados o no, recortados o no. Pide disculpas por las repeticiones, la “machaconería”, y recurre al lugar común de “yo no soy un hombre ‘de pensamiento’ […] mi única credencial mejor o peor conseguida, es la de poeta”. A la disculpa innecesaria, que él reconoce como parte de un “curarse en salud”, sigue una serie de pensamientos que, si no son novedosos, sí son personales, y podría decir, “firmes credos” en torno al símbolo. Este tipo de reflexiones, si no forman parte de lo que es el “pensamiento de Antonio Gamoneda”, categoría que el poeta descalifica a favor de la de “simples ocurrencias” —otra vez, curándose en salud— sí permiten entender su manera de hacer poesía. Así, la primera convicción de Gamoneda es que sus experiencias estéticas y poéticas “han sido, son y creo que seguirán siendo experiencias sensibles; sensibles antes que inteligibles o, dicho de otra manera […] inteligibles bajo condiciones de sensibilidad”. A esta observación que se antoja ya en ese borde mismo que es la poesía, sobre el cual Gamoneda insistirá, siguen otras encadenadas: si los hechos artísticos son hechos sensibles (primariamemente existenciales) suponen una física, un cuerpo, el cuerpo de los símbolos, lo cual no es obstáculo para que simultáneamente los símbolos propongan una realidad intelectual. Gamoneda cree —“a fuerza de sentirlo”, puntualiza— que todo es símbolo. El símbolo se simboliza a sí mismo y, si en algunos casos aparentemente no simboliza nada, lo que en realidad sucede es que simboliza algo que se desconoce. De esta manera se crea una oscilación entre un hermetismo y un realismo.

En el primer texto de El cuerpo de los símbolos, “Composición, sensibilidad, memoria”, Gamoneda dibuja un paralelo entre las artes plásticas y la poesía para mostrar que en la obra de arte confluyen estos tres elementos, ya sea por parte del autor o del público. La sensibilidad permite la percepción de la composición pero ésta también se hace presente gracias a la memoria que se tiene de los elementos de composición y sus posibilidades, tal como sucede en la percepción de una melodía. “El poema es un objeto memorable”, dice Gamoneda jugando con dos sentidos de la palabra a los que agregará un tercero: el de la memoria de la experiencia vital. Al final de este texto enfatiza que el poema es un objeto de arte con lo que reitera la conciencia del carácter físico del símbolo.

En la quinta parte del libro, titulada Recortes y extravíos, Gamoneda recoge una serie de fragmentos que redondean varias de las ideas que he comentado. Cito algunos:

…hay una tensión mediante la cual las palabras adquieren potencias simbólicas. Pero se trata de un simbolismo especial: se simbolizan a sí mismas. Tú encuentras en un poema mío unas cucharas. Tú vas a pensar que se trata de un símbolo, y es verdad, pero después vas a sospechar que esas cucharas estuvieron físicamente en mi vida. Estás en lo cierto. En los dos casos (p. 135)

La polisemia no es incomunicación (p. 139)

Mi memoria y mi pensamiento son posteriores al impulso musical (a la “musa” que a Baudelaire le ponía el primer verso y a Ezequiel el primer versículo). (p. 137)

La música es el estado original del pensamiento poético (p. 140)

En Descripción de la mentira hay una memoria refrenada —y fragmentaria— que se manifiesa, sin embargo, con urgencia. Se me aparecen las primeras líneas y con ellas viene la música que va a dar cuerpo al poema. Un segundo texto tira de mí; la memoria aparece, desaparece y reaparece imprevisible. Pero ya están ahí unos núcleos obsesivos: tiene un rostro, a veces; se funden dos o más en uno. El libro termina diciendo: “este relato incomprensible es lo que queda de nosotros”. (p. 136).

En este último fragmento aparecen dos aspectos importantes de la poesía de Gamoneda que me gustaría comentar. Uno de ellos es el papel de la memoria y la carga existencial. Otro es el asunto de los géneros. El primero se encuentra disperso en gran parte de de la antología Atravesando olvido, en poemas como “Después de veinte años”, “Malos recuerdos”, de Blues castellano (1961-1966), y de otros libros como Lápidas (1977-1986), en los que se narran episodios relacionados con aspectos de la vida del poeta, que traslucen su origen provinciano; el desamparo que lo acompañó desde sus primeros años, pues quedó huérfano de padre muy temprano; y las mezquindades padecidas durante el franquismo, entre otras cosas. Varios textos de El cuerpo de los símbolos sirven para entender mejor estos rasgos biográficos. Por ejemplo, “Los libros que se me aparecieron” es un recuento de los quinquenios en los que Gamoneda divide su formación como lector y como poeta.

Nacido en 1931, cuando empezó la guerra civil, en 1936, ya tenía dos años de haber perdido a su padre quien, como nos cuenta, fue poeta posmodernista. Así, Otra más alta vida, de Antonio Gamoneda padre, fue el libro en el que aprendió a leer, con ayuda de su madre. Otros detalles de su trayectoria en el mundo de la lectura tienen que ver con las dificultades que la censura el franquismo trajo al desarrollo de la cultura. Gamoneda narra los problemas que tuvo para conseguir libros como la Segunda antolojía poética de Juan Ramón Jiménez, o para leer a autores “bajo sospecha” como Anatole France, Zola, Eugenio Sue, Balzac, Gorki, Dickens y Dostoievsky.

El asunto de la crisis de los géneros en la escritura de Gamoneda se encuentra discutido en textos como “Más allá de los géneros literarios” y “¿Existe la novela?”, y se manifiesta principalmente en Descripción de la mentira, en poemas de Lápidas y en el adelgazamiento del impulso narrativo, camino al versículo, que sucede en El libro del frío (1986-1991), Frío de límites (1998) y Arden las pérdidas (1995-2002). Un diccionario relativo a la ciencia médica arcaica (1993-1998) es un libro de poemas que sería inexplicable sin la lectura de los textos “El Dioscórides de Laguna” y “Otra vez Andrés Laguna”, donde Gamoneda elogia el contenido poético de un vademécum de 1555. Varios otros textos de El cuerpo de los símbolos establecen conexiones entre el quehacer poético y la reflexión sobre la poesía.

Una última reflexión memorable incluida en El cuerpo de los símbolos gira en torno a la explicación de Gamoneda de por qué se tiene la impresión de que nuestros tiempos son malos tiempos para la poesía: la poesía se separó de la religión, la necesidad del símbolo ha ido gradualmente desapareciendo en favor de un dominio del dato objetivo, una sobrecarga de información y una masificación que han radicalizado la subjetividad y han hecho que las apariencias de racionalidad creen apariencias de irracionalidad. El que no haya mercado para la poesía no significa que sean malos tiempos para ella, dice Gamoneda.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *