Existe el mar en las ciudades blancas, coágulos en el aire dulcemente sangriento, sábanas en la serenidad.
Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas y el corazón está cansado.
Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo, como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.